martes, 15 de enero de 2013

Anomia Social ¿Causa o consecuencia?




Por: Eduardo Catalán

La Anomia Social es una consecuencia y no un factor aislado que surja de manera espontánea. Por lo tanto, tampoco es la característica de algún grupo en particular. La Anomia Social es el resultado del fracaso y de la ineficacia de aplicar sistemas político-económicos asimétricos como única alternativa de desarrollo.

Es un hecho que desde 1936 -momento en el que Merton elabora su tesis: “Estructura Social y Anomia”-, las cosas han cambiado muchísimo. Ya le hemos dado algunas vueltas más a ese engranaje desde entonces. Si bien su planteamiento se considera un gran aporte, sobre todo porque propone una teoría como punto de partida para el análisis de la estructura social (la suya, por supuesto),  todavía no ha resuelto el Problema Social. Aceptar a priori la existencia de un fenómeno social (por ejemplo grupos marginales) y al mismo tiempo plantear una estructura de análisis del comportamiento de los mismos es  un artificio contemplativo que  pretende  dejar en claro cómo son o cómo funcionan las cosas. 

Es aquí dónde Merton encuentra sus mayores limitaciones porque, cuando se trata de la respuesta social, más importante que demostrar la existencia o el comportamiento de determinados grupos es saber, ¿por qué existen y a qué responde su comportamiento?  ¿Quiénes permiten su existencia y a quienes favorecería su desaparición?  Y muchísimas otras interrogantes más, que todavía necesitamos despejar al respecto, dado que la dinámica de la realidad  crea diferencias; particularidades que escapan al momento de fijar los límites del análisis, para luego ser contenidas en nuevas hipótesis.  Existe gran desacuerdo entre plantear una teoría que explique un fenómeno social  -desde el muy particular sesgo político, económico y social  de su creador-; que aplicar una teoría (la de Merton, por ejemplo)  y analizar determinada realidad para demostrar la validez de la herramienta teórica. Es, precisamente, en el Trabajo de Campo, dónde los más brillantes planteamientos han quedado desfasados.   


En la medida que la conciencia social esté sujeta  a vínculos morales, religiosos o de cualquier otra índole que proporcionen al hombre fórmulas -algunas consideradas científicas por  Emile Durkheim -, el individuo, no podrá trascender a la condición de actor social sin transgredir dichas normas y valores (anomia, sin ley en griego). Para Durkheim   -teniendo en cuenta las circunstancias de la época que le tocó vivir y el grupo social al que pertenecía y para el cual escribía-, cualquier acto que rompa la estructura social imperante debería ser considerado una rebeldía y no una respuesta a la injusticia. El profesor Emile sostenía que las condiciones en las que se daba la división del trabajo de su época se justificaban en el hecho social, por lo tanto científico, en que todos los hombres nacían diferentes. No es de extrañar que aplicando en la actualidad algunos de sus planteamientos cometamos el grave error de meter en un mismo saco movimientos sociales que han tenido gran trascendencia, precisamente, por haber roto aquellos vínculos que tanto apasionaban a Durkheim.                  

Actualmente,  La escuela de Chicago afirma que: “las diferencias entre lo rural y urbano  se deben a ciertos procesos culturales de desorganización, disgregación y anomia social..”. En vez de enfocar la causalidad, como asegura Castells: “Hacia los procesos estructurales capitalistas que ellos mismos crean...” (política del shock).  En efecto, es extremadamente irónico que la Escuela de Chicago le otorgue carácter de causa precisamente a las consecuencias. Esto no hace más que poner de manifiesto la intencionalidad oculta y los propósitos de desinformación que emplea dicha escuela al difundir sus “conceptos”. Ya que, los hechos demuestran que dónde los Chicago Boys desarrollan sus políticas económicas se exacerban las diferencias sociales hasta los niveles más críticos. 

A manera de conclusión podemos afirmar que: La Anomia Social no es un fenómeno aislado que genere resistencias por sí mismo frente al orden establecido; tampoco se desprende de racionalizaciones nihilistas, mucho menos de ideologías antisociales que abriguen esperanzas de un nuevo orden. Por más que se trate de teorizar o de buscarle     algún lugar en un frenopático público; la anomia es sólo una respuesta a la injusticia. Quien hace la Ley, hace la trampa. Y nunca es al revés, cómo hasta el cansancio intenta convencernos la ideología dominante. No es verdad que todas las oportunidades están al alcance de todos. Cómo tampoco es cierto que la electricidad, las ondas hertzianas, el agua, la vivienda, la educación, la salud pública, la canasta familiar y nuestros atuendos tengan el valor que actualmente le asignan. La interrogante que quedaría por despejar sería: ¿Desde qué perspectiva concebimos nuestras normas y para proteger los intereses de quienes las forjamos?         

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